lunes, 5 de marzo de 2007

¡¡¡¡BIENVENIDOS A MI NUEVO ESPACIO!!!!


Presentación

Ustedes ya lo saben, me gusta comer y, por lo tanto, hablar de comida. Tanto es así que a pesar de estar sufriendo terriblemente de un sádico ataque gotoso no me olvido de las prietas con papas que me comí antes de ayer. No me alimento de manera abundante, las panzadas no me son agradables, pronto transforman mi gusto en hastío. Tampoco mi inclinación por comer es lo suficientemente fuerte como para cocinar para mí no más. Ahora que Carmen Gloria está en Santiago, o me invitan o me como un pancito y un té.
Hay cosas que -de no ser para hacer algún comentario en mi columna- no probaría jamás como un “chululo al palo”. El Chululo es un roedor que, aunque de la rama de los finos, su aspecto de ratón –que conserva en esa preparación- me provoca esa repugnancia anticipada con que rechazamos los alimentos. En general me pasa eso con las carnes que conservan las formas exteriores de las bestias sacrificadas. Recuerdo que, en el Matadero, cuando íbamos con el taita, yo quedaba a la altura de las cabezas de chancho peladitas y suaves, pero esa decapitación y esa población de moscas ansiosas como Jotes en miniatura, me causaban verdadera repulsión. Esos ojos, como de abuelas ciegas, que no reaccionan con el pisoteo de los bichos me hacían desviar la mirada a veces, ya adicto al martirio, a la nariz incomprensible del animal. Algunos desgraciados los colgaban de ahí en esos garfios inmundos como “s” en que también vi, colgados de los talones, cadáveres humanos en la Facultad de Medicina. El desfile de patas de Chancho, el pelotón medieval de patas de pollo, las pirámides de crestas de gallo, los conejos colgando como la colección de peluches de Satanás-niño, los ojos vacunos flotando en un caldo turbio, lejos de despertarme el apetito me hacían pensar que visitaba la casa museo de algún Hannibal Lecter criollo o algo así. Lo mejor de esos paseos al “Mall de los psicópatas” era cuando, de a poco, el olor nauseabundo se transformaba en el perfume del aliño completo. Eso era un gran alivio. La canela en rama, el cacho e´cabra, la vainilla, era otra cosa. Curiosamente, las formas exteriores de los pescados nunca me produjeron lo ya descrito. Los pejerreyes fritos de cabeza a cola, son una golosina crocante que ni la resistencia de una espina loca dentro de la boca me haría renunciar al festín. La locura de las formas de los mariscos es de una belleza que se aprende a disfrutar con los ojos cerrados y la boca bien abierta. Después de probarlos ya no lucen tan extraños.
Bien, de todo esto hablaremos en futuras charlas, mientras tanto vale decir que este espacio está dedicado a dos superhéroes del buen comer a quienes admiro y que alguna vez espero entrevistar para esta sección. El señor Cesar Fredes y Don Tinto. Un aplauso para ellos.

4 comentarios:

#!?¬&#¿¡! dijo...

Güena, guatón culeco!
Esta sección está incríblemente buena, sobre todo porque mezcla recuerdos personales fácilmente transmitibles a toda la comunidad chalfona: todos hemos visto esas horribles cabezas de chancho colgando de un fierro...
Esto me hace recordar aquel viaje que hicimos con nuestra madre, viaje para visitar a nuestro abuelo. Resultó que el viejo, para agradar a sus visitantes, decidió sacrificar a uno de sus animales. Ocurrió una terrible paradoja: para que no viésemos los detalles de la ejecución,ya que éramos niños citadinos, se nos encerró en un cuarto - a pesar de ello, logré escuchar el infortunado quejido final de la bestia -; sin embargo, en los días posteriores la cabeza decapitada del animal quedó en exposición, sin ningún tipo de reparos... ¡extraño!, ¿no? Ahí estaba la cabeza sobre su charco de sangre seca - me pareció que era tan grande como la de un toro - Un día, incluso, me sentí impulsado a tocarle los hermosos y grandes ojos, que aún parecían tener vida.
Finalmente, dada la expectación, el abuelo, sin más, tomó la cabeza y la lanzó sobre el techo...
Bueno, hermano, espero alguna receta típica en este espacio, junto con aquellos comentarios de vivencias personales que son delicias también.
Chau!!!

sanchin dijo...

es sabido que te encantan los frutos de sartèn...

Robinson Carvajal dijo...

En más un intento de hacerme partícipe de este selecto espacio, tengo una experiencia a compartir. Pera antes necesito dejar de sobre aviso que los signos gramaticales no saldrán conforme ordena nuestro idioma y a esto, pa más recacha, hay que sumar los cambios gramaticales recientemente adoptados por Brasil, lo que confunde aun más mi redacción:

Bueno, yo como miembro de nuestra familia comparto los mismos recuerdos pero no las mismas impresiones sobre las idas (muchas de ellas “obligadas”) al “matadero”, que eral el nombre usado por nuestros padres al referirse al local. Mismo que popularmente así llamado por todos, en verdad la venta de carne no era el único tipo de aguaría que allí se ofrecía. Demás está decir, ya que era una experiencia colectiva, que llegar a las tiendas de los aliños y condimentos era la mejor y más plazerosa parte del bombardeo sensorial.

Mas aquí me surge una duda: La repulsa que al parecer nosotros hermanos todos teníamos por los animales expuestos y que agredía nuestras sensibilidades era un estímulo visual que discerníamos bien. Ahora… olfativamente éramos capaces de una misma distinción igualmente precisa?

Durante mis años de casado hubo una ocasión en que, dada la proximidad de las fiestas de fin de año, yo y mi ex mujer recibimos una enorme e pesada caja de “plumavit” sellada por la cual tuvimos que firmar una boleta de recibo. Fue un obsequio a modo de “gratitud” que hacen como un costumbre diplomático las firmas y empresas para agradecer trámites resueltos.

Al abrir la caja entonces casi nos caímos para atrás al ver un lechón faenado que se encontraba acomodado entre cientos de cubos de hielo. Lógicamente no podía quedar en el medio de la sala ni mucho menos ser colocado en el freezer.

Como suele suceder en situaciones semejantes, me sobró la desagradable tarea de hacer la única cosa que parecía obvia: Reducir a hachazos al pobre y tierno lechón de modo que un formato más compacto fuese más fácil de acomodar.
Yo siempre me mantuve distante de cualquier tarea próxima de esto, pero en esta ocasión me fue ineludible y mas en cima tuve que hacerme de ánimo (fingido pero pedagógico) para calmar a mi ex que a esas alturas estaba teniendo reacciones de quien sufre de ataque cardiaco.

El relato acaba por aquí pero antes necesito justificarlo:
En cuanto me desprendía de ciertos valores y en la misma medida que iba conquistando destreza en el manejo de un martillo y machete… sentí un aroma muy agradable y que no solo fue reconocido por mi sentido olfativo si no que fue reconocido y asociado inmediatamente por mi cerebro asociándolo a los recuerdos, que ahora parecían tan frescos, que guardo de aquel “matadero”. Sin duda el “aroma” presente y que caracteriza al matadero era compuesto, entre otros, por aquellos pobres animales cuyas cabeza restaban colgadas para espanto de nosotros cuando chicos.

Aquí, en Rio de Janeiro, hay un gran mercado para el mismo fin y que me recuerda mucho del matadero de Stgo. Inclusive… por sus fuertes aromas de condimentos…

sanchin dijo...

JA JA: BUEN ARTICULO